La muerte es un tema complicado de abordar; no hay forma de hacerlo sin un poco de incertidumbre, sin un nudo en la garganta o sin recordar a alguien que ya no está. No sigue reglas, no avisa ni solicita permiso; simplemente llega y deja un vacío en la mesa.
Se dice que los padres nunca deben enterrar a sus hijos, que el ciclo natural de la vida es que nosotros les sobrevivamos. Sin embargo, incluso cuando esto ocurre, aceptar y superar la pérdida es un desafío. Perder a mamá es una de las experiencias más desgarradoras, ya que aunque nos dieron todo, nunca nos enseñaron a vivir sin ellas.
Nada puede prepararnos para la muerte, incluso si la vida nos brinda la oportunidad de despedirnos. Si la vejez o la enfermedad nos ofrecen un respiro para hacernos a la idea, sigue siendo imposible. Peor aún es cuando ocurre de manera repentina.
Anhelamos tener más tiempo para expresar todo aquello que, por costumbre, nos quedó sin decir: un te quiero, te necesito, te extraño, lo siento… Los días, entonces, se nos antojan insuficientes, y los errores pasados se tornan diminutos.
Todos sabemos que nadie es perfecto, pero por alguna razón, tendemos a ser severos con los errores ajenos. Quizás nuestras madres cometieron desaciertos, tal vez nos regañaron severamente o nos prohibieron cosas que considerábamos fundamentales, como salir con amigos; pero la vida es una maestra que nos enseña a través de ensayo y error. Y si nuestras mamás tuvieran la oportunidad, también nos abrazarían más y discutirían menos.
La muerte parece tener un efecto universal: deseamos más, perdonamos todo y extrañamos hasta el infinito. Pero estos sentimientos no deberían surgir solo tras la partida; deberían ser parte de nuestra rutina diaria. Si hoy dices “te quiero”, mañana evitarás muchos arrepentimientos.
El vacío que deja mamá al partir nunca podrá llenarse y, aunque es cierto que con el tiempo el dolor se vuelve un poco más tolerable, la verdad es que nunca se supera por completo. Siempre habrá momentos en que realmente la extrañaremos; cuando busquemos un consejo, una receta, un abrazo sincero…
Sin embargo, una vez superado el choque de los primeros días, cuando su ausencia se transforma en un eco más que un golpe helado, aprenderemos a apreciar con gratitud todas las enseñanzas que nos dejó para enfrentar la vida.
Sabrás con certeza que ella está presente en los momentos grandes y pequeños: cuando te atreves a seguir tus sueños, cuando tomas una bocanada de aire para impulsarte, cuando tocas fondo, cuando alcanzas la cima, cuando te desafías a ti misma, cuando la respuesta llega de repente, cuando viajas por placer, cuando lloras por necesidad, cuando simplemente vives.
Por lo tanto, habla con ella a través de sus canciones favoritas, de su comida preferida, de los lugares que frecuentaba, del aroma de su perfume… No dejes que su recuerdo se desvanezca y conviértelo en tu fuerza impulsora. Mamá nunca se va del todo.