La pérdida de un hijo es tan inmensa que no hay una palabra precisa para describir ese dolor; sin embargo, hay quienes atraviesan esta terrible situación y logran convertir la tristeza y el vacío en una experiencia más llevadera y positiva.
Este es el caso de Joan Donaldson y John Van Voorhees, quienes plantaron un campo de amapolas que abarca más de una hectárea en memoria de su hijo adoptivo, Mateo Donaldson.
Una forma de despedirse
Mateo Donaldson, hijo adoptivo de Joan Donaldson y John Van Voorhees, era apicultor en una granja donde disfrutaba de una vida tranquila, conectada con la naturaleza. Sin embargo, su vida dio un giro drástico al ser reclutado y enviado al conflicto bélico entre Afganistán y Estados Unidos, lo que le provocó estrés postraumático, depresión y ansiedad, que lo llevaron al suicidio.
Sus padres estaban desgarrados y lloraron miles de lágrimas, pero comprendieron que no podían seguir así, ya que eso no es lo que a su hijo le hubiera gustado. Por ello, decidieron crear una obra en su memoria, y al saber que Mateo amaba trabajar con abejas, optaron por sembrar amapolas en el cementerio de Fennville, convirtiendo el lugar en un campo lleno de colores rojos, violetas y blancos.
En memoria de un ser querido
El campo, que abarca varios acres, fue sembrado en otoño. Decidimos crear este campo de amapolas en su memoria, porque todas estas flores alimentan a las abejas y mariposas que tanto amaba cuidar.
—Joan Donaldson
La tumba de Mateo se encuentra a solo 61 metros del campo de amapolas. Sus padres creen que él cuida de cada flor, animal e insecto en el lugar.
Un lugar lleno de paz
El campo se ha convertido en un destino turístico gracias al vibrante color de las flores, pero también es un sitio donde las familias de veteranos caídos encuentran momentos de paz, reflexión y tranquilidad junto a sus seres queridos.
